Una ciudad fantasma en la poética de Guerra Tovar


Hernando Guerra Tovar

Por María Helena Giraldo González*

En la periferia arrastrando penas, lastres, bultos de sal, lonas de azufre”

Los ojos no logran ir más allá de la miseria eternizada en los escombros. El aire gris, el suelo gris, el cielo gris, polvareda y contaminación, mutilación y hambre. Solo chamizos, solo lodo como arcilla moldeando una ciudad fantasma. Nada verde, nada azul, tanto dolor desgarrando la piel, la magia, la vida.
La poesía de Hernando Guerra Tovar es errancia, soledad, extravío. Dónde hundir las raíces que ya no están. Solo queda el delirio. Solo el asombro cuando “la ciudad cambia de nombre, se pierde con nosotros calle abajo”. Y el silencio incapaz de poner de nuevo un nombre a las cosas, a los hombres, se torna abismo, destierro; y el reloj deja de medir el tiempo, no hay horas para partir, campanas para conglomerar las risas de los hombres nutriendo las calles de voces blancas u oscuras, de pájaros soñantes.
Una niebla profunda se apodera del aire. ¿Dónde el cielo abierto, lleno de azul? ¿Dónde el anaranjado de las tardes de verano? Nada en pie, nada vuelve de los escombros. Solo la memoria de un día sin patria. La memoria de un día antes y un día después, de nuevo el asombro camina por las calles que no existen. Extraviado como la memoria, muda de calles, las  que fueron y no están.
Un gris domina el horizonte. Ni columpios ni niños, desolación es lo que deja la muerte a su paso “un ángel de alas calcinadas señala un precipicio”. Queda el corazón petrificado como las lágrimas que se secan antes de caer sobre la lava compacta.
La poesía de Hernando Guerra Tovar no puede evadir la historia personal, ella se escapa a través de los laberintos del ser como una impronta en la que se juega ese insondable océano de la subjetividad frente a experiencias extremas como la de Armero.
Su obra se mueve entre la brevedad y la sugerencia, entre la sensibilidad del ejercicio poético y una visión fugaz que luego se oculta, y es cuando se debe seguir sus huellas para comprender su intención, su profundidad. En pocas palabras nos traslada a ese río inagotable de la experiencia, en la que el miedo, el sueño y el secreto tienen aristas insoportables que se silencian.

 Entonces“, no hay lugar ni deseo, ni sueño (…)” “alguien que indique en el mapa la palabra: acaso puerto, puente, tabla: tabula rasa. Tabla de salvación o condena”. Solo neblina. Y los muertos que marcharon con un secreto que los vivos compartían, callaron. ¿Por torpeza, costumbre, indiferencia? “¿El que acciona el gatillo del silencio qué oculto designio obedece?” pero todo regresa desde la fuga como un destino, como “Un escombro sembrado en el patio de la infancia. Sus ramas olvidaron el origen, y la sombra es flor azul, en la desmemoria de los pájaros. Un escombro blanco como el silencio. Todos los días lo regamos con agua herida de tanto cielo”.
Todo se oscurece en un segundo, las calles de colores quedan en el recuerdo. El lodo toma la forma de los muertos. El fango se traga la ciudad, los nombres, las casas, los árboles, los niños. “Calles de todos los colores rumbo al abismo. Sin mirarnos avanzamos por la noche enfundados en gruesos abrigos de miedo” Nadie se parece a nadie, solo el miedo se parece a todos, lúgubre escena del adiós.
Uno a uno fueron bajando al infierno sin distingo de estatura ni credo, resurgiendo también del infierno con ojos de ausencia, con lágrimas grises, con bocas grises, después de morder la miseria. Zombis con paso indeciso. En círculo, por un desierto tapizado de lava. Y así murieron las horas, luego la noche insondable, mortífera.

Y “después del viento vino el abismo y el subsuelo sin raíces (…)”  “una cortina de bruma la sepulta, una mirada de infancia la reclama”. ¿Pero dónde encontrarla? La ciudad, incapaz de voces o ecos, no responde. Una oculta voz calla y nadie se rebela. El viento guarda un secreto, pero “nada dice el viento que lo sabe todo, porque nadie pregunta y todo calla (…)”  Nadie ha preguntado al secreto su condición de ser, su voluntad de encierro, su triste realidad de exilio”.  
A dónde ir, en dónde quedarse, ninguna estrella que alumbre la partida. Como si el día también fuera noche. “La noche nos presta sus alas en la fuga por los espacios azules del sueño,  pero la luz de la vigilia nos hace de nuevo prisioneros, nos amputa el vuelo, nos llena la boca de silencio (…)”  “El secreto no está solo. Conviven con él otras criaturas, comparten la sombra, las rejas del silencio”.
Todo grito lacerado, toda plegaria, todo oráculo desoído. El hombre se alimenta de sus huesos. ¿Quién nos acompaña en la hora aciaga? Taciturna latitud del hombre en las grietas del alma. Y es aquí cuando en medio del horror una voz casi apagada, que se conduele de sí y de los otros, grita al destino, a los dioses, al viento, a nadie. Nadie escuchará su grito errante.
“Errante de todas las edades, de todos los insomnios, observa desde el fondo destellos de sombras, el rostro azul de la condena (…)”  “Si, condenados a morir ¿importa el verdugo?” Condenado a “caminar sin rumbo en lo profundo de uno mismo, escindido del milagro fragmentado, intentando regresar a la fuente de la dicha intacta”
En esos momentos, en que el horror lacera los ojos, ese paraíso precario era lo más cercano a la dicha; viene la pérdida, el duelo, y queda todo como detenido, y el asombro se vuelve a anidar en cualquier resquicio de la existencia, suspendido en el tiempo. “Todo en el olvido / el abril de sueños y locuras.  / Todo,  / menos la palabra”. La palabra como un intento de bordear lo insoportable, lo ominoso que nos desborda.
Hernando  Guerra Tovar ha escogido esta vía, la de la palabra, la del poema, en un intento  de redimirse, de dejar sentada una protesta frente a la desidia de los gobernantes que saben lo que va a suceder, y sin embargo permanecen indiferentes ante la tragedia que se avecina, ante la miseria que subyace en lo humano.
La sensibilidad de Hernando Guerra Tovar poetiza la hecatombe con imágenes que lo siguen acompañando, porque las ciudades que alguna vez fueron, se niegan al olvido, toman fuerza; aunque invisibles, tienen tentáculos que se arraigan en los sobrevivientes, nada queda igual después de la pérdida, solo el albedrío como transito obligado. Y esta opción queda expresa en su poema Albedrío, deja entrever cómo cada quien enfrenta sus fantasmas:
De los escombros elige el que te guste. Solo tú sabes el color de tu miseria”.



*María Helena Giraldo González. Filadelfia, Caldas, Colombia. Poeta y Psicóloga. Ha publicado Los octámbulos, libro colectivo, 2006; Lobos incendiarios, poesía, 2007; La ciudad de tus ojos, poesía, 2011. Tiene varios poemarios y una novela inéditos. Obtuvo la primera mención en los premios nacionales de poesía Porfirio Barba Jacob, 2009 y Asmedas, 2011.